Aunque sea muy peligrosa, la montaña ha atraído siempre a los hombres. En un principio el hombre consideró a la montaña como un obstáculo infranqueable; en consecuencia la imaginó como la morada de los dioses.
En nuestros días, sin embargo, las carreteras, los túneles y las construcciones realizadas sobre las pendientes vertiginosas son ejemplos que demuestran su espíritu de inventiva.
Para los sabios, la montaña fue durante mucho tiempo un misterio. No se explicaban, por ejemplo, la presencia de conchas fósiles, de origen marino, en las cumbres más elevada. Pensaban que, en tiempos del diluvio, una gigantesca ola las había echado allí.
Cuando se abandonó por fin esta hipótesis, tuvieron que admitir que, si las conchas se encontraban en las cumbres, era debido a las deformaciones sufridas por la corteza terrestre.
Como la demostrara Horace Benédict de Saussure (1740-1799), uno de los primeros en escalar el Mont-Blanc, estos fósiles fueron depositados en fosas de sedimentación y luego, en el curso de las eras geológicas, sufrieron los efectos de inmensos plegamientos que los elevaron.