Espacio terrestre. Hombre y espacio.





Cualquiera que examine lo que le rodea se convierte en un poco geógrafo, incluso sin darse cuenta de ello.

Con el desarrollo vertiginosos de las técnicas de comunicación( transportes, televisión), nuestro entorno inmediato se ha ampliado considerablemente, y los paisajes más lejanos se nos han hecho familiares.

La curiosidad de los hombres se ha abierto a la variedad de las tierras y de las sociedades que las pueblan.

El geógrafo o el aficionado a la geografía es algo así como el “Pequeño Príncipe” imaginado por Saint Exupéry, el aviador poeta: tiene gran afán por saber cosas del planeta Tierra.

La geografía analiza, en particular, la influencia del hombre en la organización del espacio por él habitado; en cuanto ciencia humana, debe incitarnos al estudio vivido por nosotros, a fin de que podamos organizar mejor nuestra región, la de nuestro país y la del mundo entero.


La geografía

Para muchos, la geografía es una ingrata memorización de aburridos inventarios: los nombres de las capitales, de los principales ríos y de las más elevadas montañas, la lista de las riquezas naturales y de las curiosidades de la naturaleza.

La geografía de los verdaderos especialistas se aparta tanto de la erudición estéril como de la memorización mecánica. Lo que les importa es conocer la realidad de la vida de los hombres, las relaciones que los unen a sus territorios.

Podemos preguntarnos si todos los hombres perciben el espacio de la misma manera. Suponiendo negativa la respuesta, podemos preguntarnos entonces si las diferencias de percepción influyen en el modo organizarlo. Tanto los psicólogos como los geógrafos descubren, en nuestros días, que los espacios por ellos descritos son espacios que el hombre observa, habita, percibe, siente, ama o rechaza.




Los hombres los han modelado a su manera, pero, a su vez, estos lugares así modificados han ejercido sobre ellos una indudable influencia: la mentalidad de un ciudadano neoyorquino, pongamos por caso, no tiene nada que ver o muy poco con la de un campesino del altiplano andino de Perú.

El niño, al ir descubriendo lo que le rodea, se construye espontáneamente una especie de geografía, adaptada a sus nuevas experiencias. Tan pronto como puede, dibuja, divertido, su marco familiar: las localizaciones, las direcciones, las distancias representan para él una especie de mapa.

Hacia los 3 años de edad, observa que su padre o madre son personas que salen cotidianamente de la casa y vuelven a ella. Más tarde, su campo de experiencias se extiende de la casa o el patio o jardín. A partir de los 6 años, su visión se amplía por el pueblo, por el barrio y a veces, aunque de manera muy vaga, por las regiones donde ha hecho alguna incursión.

El “espacio vivido” del niño es, pues, una sucesión continua de experiencias que se han ampliado paulatinamente. Al principio, se trata de un espacio centrado en el yo, es decir, en la geografía del cuerpo.

Luego, se convierte poco a poco en una “extensión” poblada de cosas y gentes que es preciso reconocer, puesto que, a medida que pasen los años, realizará con ellos el aprendizaje de la vida.

El ambiente familiar ampara, durante los primeros años de la vida, tanto al niño como el adolescente; pero llega un día en que deben abandonarlo, al menos en parte, y encontrarse con los otros, con otra “extensión”: la de la sociedad y sus obligaciones. Ver este espacio o tener de él un conocimiento intuitivo no es suficiente. Si uno quiere apropiárselo, habrá de descubrir por sí mismo las características y las reglas de organización.




Hombre y espacio

En ese “espacio-extensión” distribuimos los objetos, las formas, los volúmenes, los seres y las actividades que, en conjunto, crean nuestro entorno. Todos ellos se reparten y se combinan en {el de mil maneras diferentes. El azar puede influir en cierto modo, pero normalmente estas combinaciones se deben a causas precisas y completamente independientes de aquél.

La distribución de la población, la localización de las industrias, la variedad de los paisajes agrarios, la estructura de las ciudades, se encuentran condicionados por la necesidad que impulsa a las sociedades y  menudo, a grupos sociales rivales a organizarse lo mejor posible para sobrevivir y desarrollarse.

El espacio terrestre lleva en sí los signos visibles de esta organización, y la geografía se esfuerza en hacerlo comprender al hombre.

La calle de una gran ciudad es un buen ejemplo de esta organización. En efecto, la calle muestra todos los signos de una acción reguladora, necesaria para el funcionamiento de la sociedad: la acera para andar, la calzada para el tráfico rodado, las líneas blancas o amarillas y los semáforos para ordenar la circulación.

Enfrentado con este espacio-extensión, en su casa o el vasto mundo. El adulto aprende a conocer sus características; según los casos, se somete o intenta combatirlo para cambiar las regulaciones sociales en él inscritas. Y puede que algún día se pregunte, incluso, si no será él mismo el responsable de este espacio que engloba sus actividades y su organización.

La organización del espacio nos concierne sin duda alguna: el geógrafo, el urbanista, el ingeniero y el arquitecto tratan de conocer y estructurar el espacio-extensión colectivo, donde se organiza la sociedad; en cambio el psicólogo, el decorador de interiores y, sobre todo, el mismo habitante se interesan más por la porción de espacio centrada en cada individuo.

Pero la distinción no es total. Incluso en una casa o en un piso, existen espacios más o menos privados y espacios más o menos públicos: el vestíbulo, el salón y, a veces, el comedor son casi públicos; por el contrario, las habitaciones de dormir o de trabajo no lo son. La distribución y la decoración de los aposentos debe adaptarse a estas diferentes funciones, y son al mismo tiempo un vivo reflejo del espíritu de los habitantes.

La geografía permite darnos cuenta de la ordenación de las cosas y de las gentes en nuestro entorno, pero favorece también la toma de conciencia sobre los problemas que afronta cada colectividad.

La geografía se ha convertido en una ciencia que se esfuerza por resolver de manera voluntaria y consciente de los problemas de la organización del territorio o del medio ecológico.

Si algunas regiones se encuentran menos desarrolladas que otras, no se debe solamente a sus características naturales propias, sino también, y quizás en mayor grado, a una falta de voluntad ya sea del colonizador, ya sea del nuevo dueño que la habita. Pero también se debe, indudablemente, a una falta de conocimiento profundo de dichas regiones.

El conocimiento profundo de la relaciones entre las diversas características de una región permite definir mejor las líneas de fuerza de una organización armoniosa de este territorio y de su integración en el resto del país, al mismo tiempo que preserva su originalidad. En este aspecto, la tarea que incumbe a los geógrafos, a los economistas, a los planificadores y a los responsables políticos.

Hay que alimentar, albergar, educar y dar empleo a una población que aumenta a un ritmo acelerado que el de los recursos. Cualquier retraso en la puesta a punto de una política de organización a nivel mundial puede ser fatal para millones de hombres. El mundo actual sufre ya las consecuencias de graves omisiones o errores acumulados.

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